Mahler y la vida y la muerte
El domingo fui al Boston Symphony Hall escuchar la novena sinfonía de Mahler. Mahler escribió esta pieza con la premonición de que su muerte estaba muy cerca. Hay una atmósfera terminal y decisiva que se observa durante los ochenta minutos de música. Uno de los motivos principales podría decirse que emula el latido intermitente y sofocado del corazón. Desde esa tensión existencial entre el fin de la vida y la incertidumbre de lo que pueda suceder después, con un pie en el abismo, se construye esta obra maestra.
Llevé la partitura, y la seguí durante los primeros tres movimientos. Me dediqué a observar cuestiones técnicas de orquestación, de dinámicas, de timbres, cuestiones armónicas y melódicas. La profundidad de esta música es casi inabarcable, y uno podría pasarse la vida entera descubriendo y redescubriendo detalles. Al llegar el cuarto movimiento tuve que abandonar los papeles, y me limité a escuchar y sentir junto con la orquesta. Es un viaje verdaderamente denso y profundo, que reúne belleza y melancolía, como lo son las despedidas para las que no estamos preparados.
Es difícil encontrar un sostén espiritual que nos proteja del miedo a la muerte. O que nos proteja del fracaso o del desamor, que son distintas formas de la muerte. Nos empecinamos en buscar protección, mientras que la verdadera alternativa es salir al encuentro de la vida, a gastar nuestra existencia, y que esos miedos se conviertan en un faro para recordar nuestras limitaciones. El instante presente nos anuncia que todavía hay tiempo para amar y servir. Todavía hay tiempo para escribir, que es otra forma de vivir.